Vidas entrecruzadas, como las líneas de una pista de hielo. En el que, sin saberlo, cada uno sabe bien como se siente el otro. Rayones superpuestos en un folio en el que, borrar un trazo inconexo implicaría deshacerse de siete inocentes.
Cuando llega el anochecer, todos pasean a sus mascotas, mermada excusa que se destapa por esos pedacitos de papel que aparecen en una mano estrechada. Mensajes que nacieron arrugados, crecieron mojados y morirán del mismo modo que vinieron.
Y mientras los cables de teléfono chisporrotean entre vivienda y vivienda, los niños ríen por esos silencios incómodos en las calles a las 12 del mediodía, inconscientes de que lo que se entre lee en esas puertas cerradas no es resentimiento: es amor impotente.