jueves, 30 de septiembre de 2010

¡Este miedo no estaba antes!

En psicología presumen de ser capaces, mediante condicionamiento, de extinguir el miedo a alguien. E incluso, si se lo proponen, crear un miedo a alguien.

¿Condiciona...qué?
Partimos de la idea de que nuestras
conductas son en su mayoría generadas por el ambiente, no por la genética. A parir de ahí, las experiencias conforman nuestra manera de interactuar con el mundo.

Imagina que una persona tiene una respuesta positiva a un estímulo (ej.: un abrazo de un ser querido). A su vez, tiene respuesta neutra a otro estímulo (una habitación). Si emparejamos repetidamente el abrazo con la habitación, llegará un momento que cuando entremos en la habitación (sin recibir abrazo de por medio) sintamos cierto grado de satisfacción por ese lugar. Hemos condicionado la respuesta hacia un objeto o lugar que era neutro en un principio.

Paulov lo probó con perros: Sabemos que el perro saliva normalmente cuando ve una chuleta. ¿Verdad? Pues emparejó el estímulo "chuleta" con el sonido de una campanita (que no generaba una respuesta para él). Después de varias sesiones, Paulov tocó la campanita, sin chuletón a la vista. El perro, automáticamente, se puso a salivar.Lo mismo pasaría con un objeto neutro y un objeto negativo: el emparejamiento de ambos creará posteriormente un condicionamiento aversivo hacia un objeto que en principio era neutro.

¿Y si tienes una aversión hacia un objeto, animal o cosa? Pues puedes cambiarlo, con
contracondicionamiento. La cuestión es emparejar la causa que te da un sentimiento negativo (por ejemplo, miedo) y emparejarlo con un estímulo positivo (ej.: caricias). Por supuesto, en este caso sería enfrentarse al objeto negativo de forma paulatina y no de golpe, porque, si no ¡Podría la persona desarrollar aversión a las caricias!

¡Watson entra en combate!

Watson experimentó sobre las bondades y no tan bondades del condicionamiento (al igual que otros muchos, cómo Paulov).
A Watson se le conoce también por la investigación que hizo con dos niños: Peter y Albert.

-Peter y su miedo a los conejos:
Un niño de tres años tenía mucho miedo a los conejos. Watson, procedió:

1) Puso el conejo a una distancia prudencial.
2) Cada vez que aparecía el conejo, el niño obtenía leche con galletas.
3) En cada sesión, cada vez el conejo estaba más cerca, siendo, no obstante, la recompensa la misma.
4) Resultado: el niño fue capaz de tener el conejo en su regazo e incluso acariciarlo, sin que se alarmase.
Había superado el miedo.

-Albert y el gran debate:

Watson ayudó a un niño a mitigar el miedo a los conejos mediante el condicionamiento. Pero ¿Sería capaz de
infundir miedo mediante el procedimiento inverso? ¿Hasta qué punto generalizaría dicho miedo? ¿Cuánto tiempo duraría? Más allá de que pudiera resultar cruel generar miedo, la curiosidad fue más fuerte.
A Albert, un niño sano de 9 meses, no le daban miedo los animalitos peludos. Pero sí le aterraban los ruidos fuertes.

1) Cada vez que aparecía un ratón blanco, el experimentador generaba un ruido muy fuerte, haciendo llorar a la criatura.
2) Resultado: el niño no sólo tuvo miedo a ese ratoncillo en particular: generalizó su miedo a perros, ratas, peluches y prendas de lana.

La cosa es que Watson no implantó nunca a Albert la fase en la que quitaba al niño el miedo por los seres peludos. Algunos dicen que fue porque su madre retiró al bebé de los experimentos. Otros aseguran que fue debido a que el plazo máximo para que Watson entregara los resultados del estudio eran muy próximos, lo cuál se debió a una falta de tiempo.

Nunca se supo con seguridad si el miedo desarrollado en el pequeño continuó el resto de su vida. Esto generó bastante controversia, ya que existía posibilidades de que al niño lo hubiesen “desagraciado” de alguna manera.

Hace poco tiempo se descubrió que la vida del pequeño fue muy corta: Douglas Merritte (el verdadero nombre del niño, puesto que "Albert" era un seudónimo), murió con tan sólo 6 años de hidrocefalia, probablemente a consecuencia de una meningitis.


Visión propia.
Muchas veces tenemos miedo irracionales. No sabemos cuando los hemos adquirido, pero sabemos que nos asustan. Dicen que cuando un miedo es adquirido muy tempranamente es más difícil de eliminar. La adquisición tanto de estímulos aversivos cómo atractivos se genera con mayor facilidad a corta edad. ¿
Muchas fobias habrán sido debidas a experiencias condicionadas? No es fácil saberlo. Pero sería interesante planteárselo en fobias cómo el miedo a los payasos, a determinados animales inofensivos o incluso a determinadas piezas musicales.

Pero claro
¿Cómo hallar la raiz? Después de todo, no sabemos el grado de generalidad que ha tenido una determinada fobia. Por ejemplo, si tenemos miedo a subir en ascensor, no necesariamente es que hallamos tenido una experiencia traumática relacionada con los ascensores. A lo mejor es que tenemos miedo a sitios cerrados. Y a su vez, tenemos miedo a sitios cerrados porque tenemos miedo a que nos falte el aire. Buscar la raiz de un miedo no siempre es fácil.

Además, considero que si determinados estímulos son la raiz para desarrollar otros (los ruidos fuertes para generar la fobia en Albert), eso implica que
existen unos miedos que son engendrados de manera innata, quizá por años de evolución. La pregunta ¿Qué miedos son innatos y cuáles no? Aquí hay posturas para todos los gustos. Algunos dicen incluso que el miedo a las arañas es innato, mientras que otros lo niegan en suma.

Ojo: innato no implica que aparezca justo al nacer. Algunos miedos se desarrollan de manera innata a lo largo del tiempo, igual que la capacidad de adquirir fácilmente el lenguaje a una determinada edad.

Me apasiona el tema del miedo. Y a la vez me aterra ¡Cómo no!

sábado, 4 de septiembre de 2010

Ese machismo...XD


Pincha en la imagen para aumentar.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Escarcha sumergible


Cuando estás en un estado dañino, llega un momento que te acostumbras. Te acostumbras de tal manera que salir de ahí te resulta no menos que insoportable.
Desde fuera, a ojos externos, tu actitud resulta incontenible. Pero tú estás muy a gusto. Tiempo ya pasó en la que llegar al ruedo fue un sufrimiento. Pero una vez alcanzado el círculo de la circunferencia, todo ya es silencioso. La rutina ha alcanzado su cenit.
El problema es cuando intentas salir de ahí. Es cómo estar sentado en un sofá durante muchas horas seguidas: La pereza te impide levantarte, aunque el agradable calor del sol vespertino podría regalarte gran parte de sus beneficios. El proceso es lo enmarañoso. Una vez estás en el ojo del huracán, todo cambia. Es lo que pasó aquel jueves de septiembre. Que salí del círculo. Digo septiembre por decir un mes, chivado de un ser a quién quiero mucho. Digo jueves por decir un día, que curiosamente simboliza el planeta Júpiter, el más grande, el que se lleva una pequeña parte conmigo (o eso dice la simbología astral). Lo importante es que fue importante. Y me arriesgo a decir que sobran las palabras cuando digo esto.
Fue la sensación más maravillosa que jamás soñé. Después de la pesadilla más grande inimaginada.
¿A qué ámbito estoy aplicando esto? A cualquiera. Que el lector use su imaginación. Se sentirá identificado en algún aspecto. Quizás porque una de las moralejas de la vida en muchos seres humanos consiste en eso: todo estado tiene su paraíso, hasta aquel estado que parece externamente un desequilibrio oscuro. Sólo hay que estar un tiempo largo ahí, para darse cuenta de la realidad. Por supuesto, hay estados que necesitan un trámite de adaptación más grande que otros. Y por supuesto esto se llega si has olvidado comparar tiempos mejores. Por eso la felicidad es relativa. Porque, si no hay comparación que valga, es el único estado existente.
No obstante, mi presente no lo cambiaría por nada. No, mentira. Puede que lo cambie. Pero no volvería al pasado. A ese pasado que consideraba el único. Sí, eso está mejor.