lunes, 8 de octubre de 2012

Conduzco, conducida y simplemente conducir.

Aprender es maravillarse, que lo planificado se rompa; que tus esquemas se desbaraten como un ovillo de lana tras el fisgoneo de un gato; teniendo que reconstruirlos de forma diferente a la inicial, donde la creatividad y el juego también lo enriquezcan. Muchas veces son las emociones las que hacen que tu inquietud se mueva. Pero sobre todo, la apertura al medio es importante. Olvidarse, aunque sea por unos instantes, de tu identidad, de esa palabra que te define y todo lo que hay detrás; de tus ideas conscientemente preconcebidas. Lo que nos hace cambiar son esas sorpresas que vienen muchas veces de fuera, que remueven nuestro fuego interno y que nos van mutando, casi sin darnos cuenta a veces. Cuando estamos tan agarrados a nosotros mismos, intentando siempre aportar sin escuchar las novedades de nuestro exterior, no hay cambios.

Sé de personas que, cuando escuchan palabras diferentes a las que tienen ellos mismos, levantan una ceja y cierran su mente; calificándolo todo como "raro", "envidiable", "diferente", tapiando sus pupilas. He visto personas que hablan de la inexistencia de un animal, mientras 10 de ellos se contonean a su alrededor.

Estoy atascada en una época determinada. Llegó un momento en el que dejé de aprender grandes cosas, quedándome con parcialidades que raspan un poco la madera vieja, dejando un suave serrín y una forma en el tronco totalmente indeterminada, pero no muy perceptible. En el que asistía a las clases para hacer acto de presencia, pero que los conocimientos pasaban por mi cerebro como el soplo de un niño a una duna. En el que las reflexiones mías iban en círculo, repitiéndose continuamente de forma obsesiva y sin resolución.

Algunos dicen que es debido a la edad, a que a partir de unos años, no hacemos grandes cambios, sino simplemente son aplicaciones extra que hacemos a una infraestructura ya forjada. Pero yo creo que hay alguna razón más aparte de todo eso. Había algo que me impedía avanzar.
Buscaba además personas que me dieran la razón. Que asintieran con los párpados, mientras su cuello se acercaba ligeramente para estar más cerca del sonido de mis palabras. Orgullo vacío por mi parte. Un juego  en el que a la larga no había vencedores, solo vencidos.

Sin embargo, de la noche a la mañana, me veo sin la posibilidad de aportar cosas nuevas. Y es como si sintiera que esos pensamientos que en su momento sabían a paraíso, ahora son pura fruta podrida. Que reproduzco algo que me teletransportó al éxtasis del entendimiento en el pasado, pero que ahora solo son sorbos de una bebida que me provocará indigestión en cuanto termine la cena.


Han pasado por mi vida últimamente una multitud de personas con unas vidas y unas experiencias muy diferentes a las mías. Una forma de ver la vida que jamás se me había pasado por la cabeza. Y, en vez de alejarme con la excusa de "están a otro nivel" o martirizarme con comparaciones constantes, como si la situación de cada individuo fuera inamovible; lo único que deseo ahora es sentir y adentrarme en su forma particular de ver las cosas, pues algunas de esas ideas me atraen de sobremanera y mi ignorancia solo es el punto de partida para un camino arqueológico apasionante.

Sin embargo, me veo en la imposibilidad de devolverles el favor. De repente, nada de lo que hago parece verdaderamente importante, al menos para mí. Lo de los demás me parece puro relieve y lo mío, tabla rasa. Soy una maniática de la equidad, los que me conocen, lo saben.

¿Y si por un momento paso de la equidad, del tú y el yo y, como principio del descubrimiento básico, disfruto fascinándome por un mundo más grande y más complejo del imaginado, dejando que mi actitud vuele y me sorprenda tanto como esos acontecimientos, pensamientos o conductas con los que me cruzo?

Puede que dicha propia actitud constituya un aprendizaje que se nutre de sí mismo. Dejar de controlar y milimetrizar el tributo verbal personal. Imagino que es como el humor: la mejor manera de expresar un comentario ingenioso es sentir y apetecer decirlo porque en ese mismo presente verdaderamente lo es para ti.

Otra cosa que me asusta es de acabar siendo un calco de otra persona, por rechazar todo lo que soy. Pero...el interior siempre se impone, en cuanto la pregunta "¿Qué siento?" y después "¿Qué pienso?" (siempre por ese orden) salen del cajón. Una persona me dijo que esa era una brújula muy buena para ir avanzando en muchos aspectos. No agarrarse a esos términos, pero comparar y recurrir a ellos de vez en cuando. Así transformas y te transformas. ¿Sentido común, dices?