martes, 30 de octubre de 2012

Hopefuland

Bienvenidos a Hopefuland, una urbanización donde hay hermosas casas blancas de teja, cada una con un acogedor jardincito abierto. Todos los vecinos se conocen entre ellos. y con un gesto de sus cabezas, expresan saludos y deseos. No hay barbacoas comunitarias en este lugar, pero sí hay carne en el asador. Aunque pocos son capaces de dar la vuelta a su parte, hasta que el olor a quemado acabará en el futuro siendo cenizas.
Vidas entrecruzadas, como las líneas de una pista de hielo. En el que, sin saberlo, cada uno sabe bien como se siente el otro. Rayones superpuestos en un folio en el que, borrar un trazo inconexo implicaría deshacerse de siete inocentes.
Cuando llega el anochecer, todos pasean a sus mascotas, mermada excusa que se destapa por esos pedacitos de papel que aparecen en una mano estrechada. Mensajes que nacieron arrugados, crecieron mojados y morirán del mismo modo que vinieron.
Y mientras los cables de teléfono chisporrotean entre vivienda y vivienda, los niños ríen por esos silencios incómodos en las calles a las 12 del mediodía, inconscientes de que lo que se entre lee en esas puertas cerradas no es resentimiento: es amor impotente.

lunes, 8 de octubre de 2012

Conduzco, conducida y simplemente conducir.

Aprender es maravillarse, que lo planificado se rompa; que tus esquemas se desbaraten como un ovillo de lana tras el fisgoneo de un gato; teniendo que reconstruirlos de forma diferente a la inicial, donde la creatividad y el juego también lo enriquezcan. Muchas veces son las emociones las que hacen que tu inquietud se mueva. Pero sobre todo, la apertura al medio es importante. Olvidarse, aunque sea por unos instantes, de tu identidad, de esa palabra que te define y todo lo que hay detrás; de tus ideas conscientemente preconcebidas. Lo que nos hace cambiar son esas sorpresas que vienen muchas veces de fuera, que remueven nuestro fuego interno y que nos van mutando, casi sin darnos cuenta a veces. Cuando estamos tan agarrados a nosotros mismos, intentando siempre aportar sin escuchar las novedades de nuestro exterior, no hay cambios.

Sé de personas que, cuando escuchan palabras diferentes a las que tienen ellos mismos, levantan una ceja y cierran su mente; calificándolo todo como "raro", "envidiable", "diferente", tapiando sus pupilas. He visto personas que hablan de la inexistencia de un animal, mientras 10 de ellos se contonean a su alrededor.

Estoy atascada en una época determinada. Llegó un momento en el que dejé de aprender grandes cosas, quedándome con parcialidades que raspan un poco la madera vieja, dejando un suave serrín y una forma en el tronco totalmente indeterminada, pero no muy perceptible. En el que asistía a las clases para hacer acto de presencia, pero que los conocimientos pasaban por mi cerebro como el soplo de un niño a una duna. En el que las reflexiones mías iban en círculo, repitiéndose continuamente de forma obsesiva y sin resolución.

Algunos dicen que es debido a la edad, a que a partir de unos años, no hacemos grandes cambios, sino simplemente son aplicaciones extra que hacemos a una infraestructura ya forjada. Pero yo creo que hay alguna razón más aparte de todo eso. Había algo que me impedía avanzar.
Buscaba además personas que me dieran la razón. Que asintieran con los párpados, mientras su cuello se acercaba ligeramente para estar más cerca del sonido de mis palabras. Orgullo vacío por mi parte. Un juego  en el que a la larga no había vencedores, solo vencidos.

Sin embargo, de la noche a la mañana, me veo sin la posibilidad de aportar cosas nuevas. Y es como si sintiera que esos pensamientos que en su momento sabían a paraíso, ahora son pura fruta podrida. Que reproduzco algo que me teletransportó al éxtasis del entendimiento en el pasado, pero que ahora solo son sorbos de una bebida que me provocará indigestión en cuanto termine la cena.


Han pasado por mi vida últimamente una multitud de personas con unas vidas y unas experiencias muy diferentes a las mías. Una forma de ver la vida que jamás se me había pasado por la cabeza. Y, en vez de alejarme con la excusa de "están a otro nivel" o martirizarme con comparaciones constantes, como si la situación de cada individuo fuera inamovible; lo único que deseo ahora es sentir y adentrarme en su forma particular de ver las cosas, pues algunas de esas ideas me atraen de sobremanera y mi ignorancia solo es el punto de partida para un camino arqueológico apasionante.

Sin embargo, me veo en la imposibilidad de devolverles el favor. De repente, nada de lo que hago parece verdaderamente importante, al menos para mí. Lo de los demás me parece puro relieve y lo mío, tabla rasa. Soy una maniática de la equidad, los que me conocen, lo saben.

¿Y si por un momento paso de la equidad, del tú y el yo y, como principio del descubrimiento básico, disfruto fascinándome por un mundo más grande y más complejo del imaginado, dejando que mi actitud vuele y me sorprenda tanto como esos acontecimientos, pensamientos o conductas con los que me cruzo?

Puede que dicha propia actitud constituya un aprendizaje que se nutre de sí mismo. Dejar de controlar y milimetrizar el tributo verbal personal. Imagino que es como el humor: la mejor manera de expresar un comentario ingenioso es sentir y apetecer decirlo porque en ese mismo presente verdaderamente lo es para ti.

Otra cosa que me asusta es de acabar siendo un calco de otra persona, por rechazar todo lo que soy. Pero...el interior siempre se impone, en cuanto la pregunta "¿Qué siento?" y después "¿Qué pienso?" (siempre por ese orden) salen del cajón. Una persona me dijo que esa era una brújula muy buena para ir avanzando en muchos aspectos. No agarrarse a esos términos, pero comparar y recurrir a ellos de vez en cuando. Así transformas y te transformas. ¿Sentido común, dices?

martes, 2 de octubre de 2012

Arrepentirse no es suficiente

Haciendo daño a las personas que más ha querido en su vida, pues el dolor de desencantarlas era mayor que el valor de decir una verdad incómoda. Y por miedo a una palabra equivocada, provocó mil lágrimas derramadas.

Hablo de esa chica que sueña con un príncipe azul. Me refiero a esa chica que ata bien fuerte su corsé...y por la noche necesita quitárselo y gritar en la torre más alta del castillo que sus entrañas están siendo abrasadas.

Se puso una venda en sus ojos el mismo día que puso una de seda al resto de personas que quería por encima de sí misma. Y acabó provocando odio a terceros, que sin entenderlo o quizás entendiéndolo demasiado, señalaron su espalda pero acartonaron su sonrisa; quizás imitando el gesto que ella misma ejercitó en algún momento.

Encerrándose en su habitación, se abalanzó a un peluche de su cama, ese de ojos inertes; que sin tener una gota de sangre en sus venas, proporciona una suavidad compensatoria, de esas que hacen llorar lágrimas sin sabor, sin olor.

Un día, se quitó sus zapatos de tacón y descalza buscó varias águilas. Su intención: mandar mensajes a todos aquellos a los que había atravesado el pecho, para otorgarles una medicina que ella misma se esforzó en crear. Pero un agujero hecho siempre tiene cicatriz, pérdida de sangre y en muchas ocasiones, una muerte sin retorno. Pudo ver a través de muros de cristal insoldable a personas que construían su paraíso. Y sonrío aliviada. Vio personas con mirada serena pero con una palma que advertía distancia. Y ella asintió.

Entonces...empezó a nevar. Y ya no sabía hacia dónde mirar. Estaba rodeada de muros de cristal. Y allá hacia dónde caminara, siempre se golpeaba con alguno. Sólo había un camino sin impedimento: uno que le llevaba a un lugar en dónde no se veía nada, más que niebla. Pero tendría que caminar hacia allí. Confiando en algo más que en sus sentidos: En el juicio y asertividad de sí misma. Y rezar para no volver a equivocarse. No en ese sentido.

Sus pisadas quedaron marcadas por mil lunas, aunque tempestades nórdicas se abalanzaron sobre ellas. Si sigues su rastro oirás tarde o temprano un cántico: una canción que habla de tiempos mejores, de margaritas que crecen en el hielo y de nubes que se pierden en la inmensidad del arco iris. Es la manera que tiene de seguir adelante. Su combustible para seguir caminando. Hacia esa niebla que no termina...pero que se va disipando tan pronto la zona turbulenta se cruza con las puntas de sus pies.